Que propones, alguna idea morbosa para mi mujer?

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Que propones, alguna idea morbosa para mi mujer? Este, fue el desencadenante.

Le gustaba ver a su mujer disfrutar con otro y a ella le gustaba convertirse en escort por un día. Eso me llevaba a pensar, que para llegar a este nivel de complicidad y de sincronía, tenía que querer mucho a esa persona que tanto ha compartido en su vida de pareja.

Todo estaba dispuesto y la cita, se dio. Una terraza de bar, en un paseo marítimo de un pueblecito cualquiera. Intenté llegar 5 minutos tarde, para que mentir. Me daba morbo saber que alguien me estaba esperando sin saber cuál era mi aspecto, sin conocer demasiado de mí y con el gusanillo ese con el que se llega a una cita.

Besos de rigor, conversación trivial, miradas, la mente a 100 por hora y una idea pasando por mi cabeza ¿Le gustará lo que le hemos preparado? Cabe decir que era una mujer preciosa. Posiblemente, para unos una mujer guapa, para otros interesante, para su marido, bellísima. A mí me pareció una mujer especial. Con un toque de distinción y elegancia otorgado por unos casi 50 años de existencia. Era el vivo ejemplo de aquello que decía Coco Chanel: “La simplicidad es la clave de la verdadera elegancia”.

Ya entrando en confianza y notando esa sensación que te lleva a pensar que existe una reciprocidad de pensamientos, se levanta y nos comenta que debía ir al baño. Aprovecho para mirarla todo lo detenidamente que puedo, de arriba abajo ya cuando ella se iba, mirando a su marido, le comento… tienes una mujer guapísima, a lo que el en plena demostración de orgullo me suelta… Lo sé, podría formar parte de un selecto grupo de Escorts de lujo en Barcelona si se lo propusiese.

Al poco tiempo, llega de nuevo e inclinándose hacia su marido y estrellándole un beso de los que salen de lo más hondo del corazón, le suelta un “Te quiero y lo sabes”, le toma la palma de la mano y le dice… Guárdame esto por favor. El, abriendo ligeramente la mano, se encuentra con un tanga color purpura en la mano. Pocas veces un gesto así puede decir más cosas en un instante.

Ya en su casa, y habiendo sido besada, acariciada tanto por mí como por su marido, empieza el juego. Su marido, me comentó que el aroma preferido por ella era el de magnolia… y con tal aroma, tenía ya impregnado un fino pañuelo blanco con el que cubriría sus ojos. Sobre su cama, aquella cama de pareja, en la que ese día me había colado yo, para disfrutar de un rato de sexo, pasión y un toque de locura, estaba ella con los ojos vendados. La empezamos a desnudar, entre su marido y yo. Me apetecía que ella se sintiera amada por su marido y excitada por mí. Fue un tiempo para la ternura, para la excitación.

Empezamos por la espalda. Aquel aceite de aroma de magnolia, consiguió que las rudas manos de su marido se deslizaran por sus hombros y su nuca como nunca lo habían hecho. Parecía que aquello que le había propuesto al marido estaba surtiendo su efecto. Cuando le propuse una semana atrás que le hiciéramos un masaje a cuatro manos a su mujer, me respondió que mejor sería que lo hiciera yo solo mientras el miraba, ya que él no sabía. Afortunadamente conseguí convencerle.

Ana, así le llamaremos, estaba disfrutando con lo que le estábamos empezando a hacer. Marc, su marido, a juzgar por el tamaño de su entrepierna, estaba gozando también con el escenario. Mientras su marido estaba rozando con extrema suavidad su cuello y hombros, yo empecé por sus piernas, subiendo despacio, masajeando, consiguiendo que se relajara, acariciando suave, pero con firmeza, como ya había hecho a tantas otras mujeres y que tanto me gustaba.

Fui subiendo lentamente hasta llegar a sus glúteos. Tenía un culo firme y unos cachetes suaves y perfectamente trabajados gracias a sus tres días semanales de spinning y gimnasio. Mientras masajeaba esos glúteos, entrando por la parte central, hacia su entrepierna, abrió ligeramente los muslos en señal inequívoca de lo que ella estaba esperando. Pero todavía no… no tocaba. Subiendo hacia arriba, y encontrándome con la zona que estaba trabajando su marido, le dimos la vuelta. Su marido me pidió que siguiera yo solo y así lo hice. Ana, empezaba a estar muy excitada. Su respiración, así lo detallaba.
Empecé por su pecho. Dos preciosos pechos dorados por el sol al que habían estado expuestos durante el verano, se movían al compás de una respiración relajada pero intensa. Unas finas aureolas rodeaban sus duros pezones. Unos pezones con los que me divertí pellizcando y haciendo que resbalaran entre mis dedos por los oleos con los que lubricaba su piel.

Mientras su marido la besaba con una intensidad propia de un adolescente en celo, yo fui bajando por su tripa, hasta llegar a su pubis. Ella abriendo sus piernas y levantando ligeramente sus caderas se posicionaba para lo que ya a estas alturas se convertía en inevitable. Bajé hasta su clítoris y con un suave beso empezó a gemir. Estaba muy mojada, en este punto, ya se entremezclaban infinidad de flujos corporales de los tres protagonistas. Mi lengua, empezó a jugar con un clítoris, describiendo círculos, rozándolo, mordiéndolo, haciendo que se derritiera, sudara, gimiera, gozara y esperando ser penetrada, mientras su marido le mordía esos estupendos y duros pezones. Pidió que le quitáramos la venda, pero una mirada entre su marido y yo, basto para que su marido le susurrara al oído que no… todavía no. Se inclinó sobre la polla de su marido y empezó a chupar como si el mundo se acabara. Estaba tremendamente excitada y su desinhibición ya era más que visible. Quería ser penetrada… y lo fue.

Su marido, con una sola mirada dio su venia para que yo la penetrara… suavemente, tal como ella estaba pidiendo… hasta dentro. A juzgar por sus gritos, estaba en un punto de no retorno y fue cabalgada mientras chupaba con maestría la polla de su marido, que empezaba a llegar a su límite de tensión. Mientras yo seguía al ritmo que ella marcaba, su marido, acabo corriéndose encima de sus maravillosos pechos… ella me pidió que yo hiciera lo mismo. Pero mis intenciones iban un poco más allá… Todavía no.

Me había dicho que nunca había conseguido un squirt y era el momento. Su excitación era máxima y mis dedos consiguieron que el frenético ritmo impuesto en su masaje vaginal, consiguieran su primera eyaculación. Con total seguridad no sería la última, pero sí que una de las más intensas. Fueron unos minutos de locura, fueron unos minutos de sexo desenfrenado y de susurros, gritos, risas, voz temblorosa y una eyaculación de las más intensas que yo haya visto en una mujer. Aún sin recuperarse, se aferró a mi polla y con una solemne habilidad, empezó a chupar como si mañana no tuviera que llegar nunca.
La venda de sus ojos, ya había pasado a mejor vida y dos ojos castaños llenos de vida y de excitación me miraban mientras me pidió que me corriera en su boca. Ante tal invitación, consiguió que mis fluidos acabaran donde ella quería, en su cara, en su mano, en su boca.
Acabamos tres cuerpos sudados con flujos seminales, vaginales, saliva, aceite de magnolia, acabamos tirados en la cama. Recuperando respiraciones, recuperando ritmos cardiacos a niveles normales y recuperando la cordura que habíamos perdido desde cuatro horas antes cuando todo empezó en un paseo marítimo de un pueblecito del Mediterráneo.